Chetos pandilla.

Calma, tranquilidad, ausencia de agitación y nervios en la forma de actuar. Tranquilidad, quietud, ausencia de ruido, de movimiento o agitación en un lugar. 

 

La gente cambia. Se aburre. Pierde el interés. Lo que pasa es que no cambia cuando nosotros queremos, la gente cambia cuando ellos lo consideran necesario, por una lección de vida, por alguna manía o costumbre que están adquiriendo… ahí es donde se cambia. Pero muchas veces, después de esos cambios, quizás se llega demasiado tarde. Y digo tarde porque ya pasó el tren y tu te quedaste embobada mirando el cartel de hacia dónde se dirigía.

Muchas veces me paro. En seco. Paro la mente también. Que siempre va en un Ferrari a doscientos por hora. Y me concentro en la respiración. Inspiro profundamente. Expiro hasta soltarlo todo. Me calma. Mucho. Lo repito un par de veces. Y me quedo con la mente clara para comenzar a ‘’trabajar’’. Y me pongo a pensar. Pienso si realmente esto es o no es. Si es la realidad. Si es una pesadilla. Si de verdad estoy con los pies en la tierra, o simplemente ando por las nubes, o me escondo detrás.

Quizás estoy como estancada en este pantano de recuerdos salados. Y noto como cada vez me hundo más en todos ellos. Pero tampoco es que quiera salir. Estoy a gusto. No quiero olvidarlos. No quiero que se vayan.

Me siento fuera de mi lugar, de mi zona; pero al mismo tiempo a gusto, en mi pantano. Con mis pensamientos. Con mis movidas. Mis rayadas existenciales de que hacer. Si este mi sitio. Compartiendo cama mi peluda compañera de vida. Con mis findes en la ciudad. Y las semanas tranquilísimas y comiendo chetos pandilla.

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